domingo, 4 de agosto de 2013

Educación y pobreza




Claudio Chaves

Cuando leí el artículo que Iván Petrella, director académico de la Fundación Pensar, publicó en el diario La Nación, el 2 de agosto de 2013, se disparó en mi memoria histórica algunos hechos que deseo compartir con mis lectores y, también, con el joven pensador.

En su relato acerca de la necesidad de dejar de lado los debates ideológicos, que en nada contribuyen a la hora de las realizaciones, pone como ejemplos de la ineficacia de los ideologismos, dos obras implementadas por distintos gobiernos: una por el alcalde de Medellín y la otra, un emprendimiento educativo en el Harlem.

Por la primera se embellecen barrios pobres, que el autor observa como política de izquierda y al mismo tiempo se refuerza la seguridad que atribuye a espíritus de derecha. En síntesis un político resuelto a solucionar los problemas de la pobreza no duda en tomar las medidas que sean necesarias para hacerlo. Fin.

En el caso de las escuelas del Harlem se trata de una modalidad de intervención escolar sobre familias desamparadas hasta el punto de llegar a sustituirlas cuando el abandono es total, modificando sus costumbres y sus prácticas. Algo que el progresismo no aplaudiría, según nos dice Petrella.

Más allá de estas observaciones, acerca del juego de las ideologías, aspecto sobre el cual no voy a opinar, el artículo me invita a traer al presente viejas prácticas educativas que hemos dejado en el  olvido. De manera de ser nosotros y nuestra historia  los inspiradores de urgentes reformas que nos debemos.

La Ciudad Infantil

En el mes de julio de 1949 el gobierno de Perón inauguraba en el barrio de Belgrano, Echeverría y Dragones,  un complejo escolar denominado Ciudad Infantil. Dos hectáreas dedicadas a la educación de los niños. En una de ellas, el edificio central donde se hallaban los dormitorios, las aulas, los salones de juego, de espectáculos, gimnasios, cancha de básquet, biblioteca y todas las dependencias necesarias y pertinentes a un hogar-escuela. Que de esto se trataba.

Los pasillos que conducían y comunicaban estaban pintados y decorados con colores suaves y dibujos expresivos, con representaciones de Blanca Nieves o Caperucita Roja. En torno al edificio principal se extendía la Ciudad Infantil, propiamente dicha, una verdadera planta urbana de juguetería, realizada a escala reducida, en proporciones adecuadas a los niños y con proyecciones a un mundo imaginario. Un mercado, un Banco, un bar, un mundo fantástico. ¡Un cuento de hadas! O para decirlo  con palabras del General Perón: “La Ciudad Infantil hará posible que nuestros niños pobres vivan como no vivieron antes los niños ricos de esta Patria de la abundancia”.

En esta ciudad se atendía niños de dos a siete años. Pero todo el ciclo que continuaba en otros hogares-escuela iba hasta los diecisiete. Tenían que ser niños pobres, preferentemente  huérfanos o que no podían ser atendidos por sus  padres. Había externos e internos. Los internos dormían separados por sexo en dormitorios espaciosos proveyéndoseles la ropa de cama. Los dormis, primorosos, debían ser cuidados por ellos mismos como poderoso motivo de educación. Eran visitados semanalmente por médicos y odontólogos.

En fin, una educación  integral. La caída de Perón se llevó por delante estas instituciones. Quizás un orgullo que no debimos haber perdido.

La educación que nos debemos

La obra de aquel gobierno ya no es patrimonio del peronismo. Ni sus valores, ni sus principios. Hoy son de todos los argentinos. La justicia social ya no se discute. Es un derecho adquirido. Sin embargo ha quedado en el olvido aquello de que los únicos privilegiados son los niños.

Hay que recuperar lo destruido. Hoy, los problemas de la niñez y la juventud son más graves que en aquellos años. Sin embargo nada se ha hecho. La droga, la violencia y la delincuencia asota a niños y jóvenes.

Es imperdonable que en la “década ganada” los niños hayan perdido. Con menos de lo que se ha ido en subsidios y corrupción se hubieran podido levantar estas experiencias educativas a lo largo y ancho de nuestro país. Nada, absolutamente nada puede disculpar la desidia de funcionarios que arrogándose ser la expresión de  mayorías populares han dejado en la calle a cientos de miles de niños a merced del vicio y de la muerte.


La Argentina que viene deberá saldar esta deuda.

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