Educación
y pobreza
Claudio
Chaves
Cuando leí el artículo que
Iván Petrella, director académico de la Fundación Pensar, publicó en el diario
La Nación, el 2 de agosto de 2013, se disparó en mi memoria histórica algunos
hechos que deseo compartir con mis lectores y, también, con el joven pensador.
En su relato acerca de la
necesidad de dejar de lado los debates ideológicos, que en nada contribuyen a
la hora de las realizaciones, pone como ejemplos de la ineficacia de los
ideologismos, dos obras implementadas por distintos gobiernos: una por el
alcalde de Medellín y la otra, un emprendimiento educativo en el Harlem.
Por la primera se embellecen
barrios pobres, que el autor observa como política de izquierda y al mismo
tiempo se refuerza la seguridad que atribuye a espíritus de derecha. En
síntesis un político resuelto a solucionar los problemas de la pobreza no duda
en tomar las medidas que sean necesarias para hacerlo. Fin.
En el caso de las escuelas
del Harlem se trata de una modalidad de intervención escolar sobre familias
desamparadas hasta el punto de llegar a sustituirlas cuando el abandono es
total, modificando sus costumbres y sus prácticas. Algo que el progresismo no
aplaudiría, según nos dice Petrella.
Más allá de estas
observaciones, acerca del juego de las ideologías, aspecto sobre el cual no voy
a opinar, el artículo me invita a traer al presente viejas prácticas educativas
que hemos dejado en el olvido. De manera
de ser nosotros y nuestra historia los
inspiradores de urgentes reformas que nos debemos.
La
Ciudad Infantil
En el mes de julio de 1949
el gobierno de Perón inauguraba en el barrio de Belgrano, Echeverría y
Dragones, un complejo escolar denominado
Ciudad Infantil. Dos hectáreas dedicadas a la educación de los niños. En una de
ellas, el edificio central donde se hallaban los dormitorios, las aulas, los
salones de juego, de espectáculos, gimnasios, cancha de básquet, biblioteca y
todas las dependencias necesarias y pertinentes a un hogar-escuela. Que de esto
se trataba.
Los pasillos que conducían y
comunicaban estaban pintados y decorados con colores suaves y dibujos
expresivos, con representaciones de Blanca Nieves o Caperucita Roja. En torno
al edificio principal se extendía la Ciudad Infantil, propiamente dicha, una
verdadera planta urbana de juguetería, realizada a escala reducida, en
proporciones adecuadas a los niños y con proyecciones a un mundo imaginario. Un
mercado, un Banco, un bar, un mundo fantástico. ¡Un cuento de hadas! O para
decirlo con palabras del General Perón:
“La Ciudad Infantil hará posible que nuestros niños pobres vivan como no
vivieron antes los niños ricos de esta Patria de la abundancia”.
En esta ciudad se atendía
niños de dos a siete años. Pero todo el ciclo que continuaba en otros
hogares-escuela iba hasta los diecisiete. Tenían que ser niños pobres,
preferentemente huérfanos o que no
podían ser atendidos por sus padres.
Había externos e internos. Los internos dormían separados por sexo en
dormitorios espaciosos proveyéndoseles la ropa de cama. Los dormis, primorosos,
debían ser cuidados por ellos mismos como poderoso motivo de educación. Eran
visitados semanalmente por médicos y odontólogos.
En fin, una educación integral. La caída de Perón se llevó por
delante estas instituciones. Quizás un orgullo que no debimos haber perdido.
La
educación que nos debemos
La obra de aquel gobierno ya
no es patrimonio del peronismo. Ni sus valores, ni sus principios. Hoy son de
todos los argentinos. La justicia social ya no se discute. Es un derecho
adquirido. Sin embargo ha quedado en el olvido aquello de que los únicos
privilegiados son los niños.
Hay que recuperar lo
destruido. Hoy, los problemas de la niñez y la juventud son más graves que en
aquellos años. Sin embargo nada se ha hecho. La droga, la violencia y la
delincuencia asota a niños y jóvenes.
Es imperdonable que en la
“década ganada” los niños hayan perdido. Con menos de lo que se ha ido en
subsidios y corrupción se hubieran podido levantar estas experiencias
educativas a lo largo y ancho de nuestro país. Nada, absolutamente nada puede
disculpar la desidia de funcionarios que arrogándose ser la expresión de mayorías populares han dejado en la calle a
cientos de miles de niños a merced del vicio y de la muerte.
La Argentina que viene
deberá saldar esta deuda.
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